SOR ISABEL LETE
Sor Isabel Lete Landa goza ya de la gloria del Padre. Como Santa Teresita del Niño Jesús, a quien imitaba, es testimonio vivo de una mística sencilla, encarnada en lo pobre, lo humilde y lo insignificante. Toda su existencia fue tierra fértil que Cristo fecundó, pues se dejó encontrar por Él, amándolo con pasión ardiente. Su vida entera fue un himno al amor.
Murió muy joven, entregando lo mejor de sí a Jesucristo. La tuberculosis consumió la belleza de su cuerpo —era bellísima—, exaltando aún más su esplendor interior. Nos legó:
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La oración fue el suelo fértil donde cimentó su amor.
La caridad, la fuerza que la sostubo en el sufrimiento y la llevo a una donación total.
La afabilidad y dulzura, las llaves de su corazón abierto a todos.
La fe, la perla preciosa que la sostuvo en la noche oscura del misterio.
La esperanza, la senda brillante que recorrio y nos dejó como regalo del corazón.
Compromiso
Nosotras, hermanas mercedarias de la caridad, nos sentimos rebosantes de alegría por la vida de nuestra querida hermana, en la que resplandeció triunfante el amor de Dios.
Ella es el testimonio más luminoso de la fidelidad con que Dios nos acompaña en nuestro camino. En ella, y junto a ella, caminan todas nuestras hermanas que nos precedieron en la fe, invitándonos con su ejemplo a vivir con creatividad y alegría nuestra vocación como sendero de felicidad plena.
A ella nos encomendamos y con ella queremos ser:
ALABANZA VIVA DE LA GLORIA DE DIOS,
¡encarnando la caridad redentora en los confines del mundo!